Confieso que no soy experto en comida china. Sé, eso sí, cuáles son sus grandes cocinas y que me apasiona la de Schizuan. No mucho más. No soy chino y tampoco he vivido en China, aunque la haya visitado. Lo aclaro porque muchos de mis amigos y conocidos critican este restaurante por «poco chino», como si ellos mismos fueran verdaderos expertos.
A mí me encanta. Lo tildan de poco auténtico. Será porque chino siempre parece significar barrio, low cost y ambiente sórdido de bazar o de fumadero de opio. Y nada más falso, al menos desde que Mr. Chow convirtió su restaurante en catedral del british posh.
Tse Yang, que es mi favorito, está en el ¿refinado? hotel Villamagna y también posee una clientela rica y elegante en la que abundan viajeros con estilo y famosos locales. El comedor es discretamente oriental. Felizmente no abusa de chinoiseries y presta suma atención a mantelerías, vajillas y cristalerías, todo de una sobria elegancia.
La comida es un compendio de las diferentes regiones del país, una oferta tan variada que es difícil recorrerla. Por eso, he decidido recomendar aquí el menú pekinés (45 euros), un festín compuesto por una contundente sopa agripicante, perfecta para el invierno, a la que siguen unas delicadas y ligeras delicias pekinesas al vapor con salsa de mostaza; para continuar con los langostinos al estilo del norte, de sabor tenue y natural gracias al brécol y a la cebolla cocida, aunque algo pasados de rebozo últimamente. Quizá por mala influencia de los soldaditos de pavia, los calamares a la romana, las gambas con gabardina y otras grasientas cimas del tasquerío madrileño.
A continuación llega el espléndido pato lacado que sólo aprovecha la crujiente y churruscante piel del animal para rellenar unas levísimas crepés que, como todo el mundo sabe, son una de las cumbres de la gastronomía universal y ello gracias a esa mezcla de sencillez y refinamiento que les hace prescindir de todo lo superfluo. O sea, de todo el pato.
Afortunadamente, lo que se rechaza para las crepés se aprovecha para los filetes de pato con jengibre que se sirven acompañados de tallarines salteados Pekín, una pasta que maravilla cuando parecía que todo había acabado.
Los postres no son el fuerte de la cocina china, aunque no están mal las manzanas caramelizadas, tan parecidas a las de nuestras ferias populares. Yo prefiero los rollitos de chocolate con helado de plátano. Como el servicio es sumamente amable, discreto y profesional, las cambian sin problemas. Así que ya saben. Olviden lo del chino del barrio, al menos para las ocasiones, y déjense llevar por la discreta elegancia oriental de Tse Yang.
*Fotofrafías: Jesús Andreu. *Portada: Nueva terraza del restaurante Tse Yang.
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