Stephen Hawking (Oxford, 8 enero 1942) y Alan Turing (Londres, 23 junio 1912). Uno científico y el otro matemático. Ambos unos genios de nuestro tiempo, británicos, con el germen de la universidad de Cambridge en sus venas y galardonados por la Reina Isabel II. Uno en vida, el otro a título póstumo.
Sus vidas han sido llevadas al cine e interpretadas con tal maestría por los actores elegidos para ellas, que se han convertido en competidores inseparables en todo premio que se precie. Eddie Redmayne (Hawking) y Benedict Cumberbatch (Turing) son los rostros de estas dos eminencias de la ciencia, cuyas existencias hoy conocemos mejor gracias a ‘La teoría del todo‘ y ‘An imitation game‘.
No me había leído nunca ‘Hasta el infinito’, el libro escrito por Jane Hawking, la primera mujer del científico británico. En él relata sus veintiséis años de matrimonio, desde que le conoció en la universidad -cuando eran adolescentes- hasta que se separaron porque él la dejó por una de sus enfermeras, que se convirtió en su segunda mujer y sobre la que recaen sospechas de malos tratos.
Su historia me ha recordado la de otras muchas mujeres que, tras permanecer al lado de sus maridos en duros trances profesionales, económicos y personales, se ven abandonadas por ellos porque deciden vivir “una segunda oportunidad” con alguien que no arrastre recuerdos ni nada que les suponga un lastre emocional. La interpretación de Felicity Jones como Jane y Eddie Redmayne como Stephen son de premio, por eso están nominados a todos premios de este año, pero la del actor es tan magistral que oscurece la de su compañera de reparto, que está impecable.
La mala suerte de Benedict Cumberbatch, cumbre en su recreación de Alan Turing, es tener como directo competidor en sus candidaturas a Redmayne, que se está llevando todos los galardones a los que está optando. Ambos se medirán, de nuevo, en los Oscar. A juzgar por cómo se vienen desarrollando los acontecimientos en los últimos meses, me atrevo a apostar –sin riesgo a equivocarme- que la ciencia de Hawking le va a ganar la batalla a las matemáticas de Turing a quien le debemos, entre otras cosas, los ordenadores.
Su historia es la vida de un hombre brillante, con un carácter marcado por la intransigencia y desprecio de los que pensaban, allá por 1940, que los homosexuales eran unos apestados enfermos. Reconocer su condición públicamente le llevó a una existencia, en los últimos años de su vida, oscura y marginada. A los 41 años se quitó la vida. Un final que nos debería hacer recapacitar.
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