Es la sensación del momento. Al igual que ocurrió el pasado año con ‘Relatos Salvajes’, la película argentina ‘El Clan’ (producida por El Deseo, K&S Films,Telefónica Studios y Telefé) recibió su bautismo de gloria en Cannes y, en la presente edición de Venecia, ha conseguido el pasaporte al éxito consiguiendo allí su director, Pablo Trapero, el León de Plata a la mejor dirección. Así, y con el aval de haber sido vista ya por casi dos millones y medio de personas en apenas cuatro semanas en su país, la película comienza una andadura internacional que le llevará al festival de Toronto y el día 24 de septiembre al de San Sebastián.
Basada en hechos reales sucedidos en Buenos Aires entre 1983 y 1985, ‘El Clan’ cuenta la historia de los Puccio, una familia normal que se dedicó –en esos dos años- a secuestrar a empresarios y, posteriormente, matarlos tras conseguir el dinero de sus rescates. La película está dirigida por Pablo Trapero (‘Elefante blanco’, ‘Carancho’, ‘Leonera’) y protagonizada por Guillermo Francella (reconocido actor cómico de televisión, cine, teatro y protagonista, junto con Ricardo Darín, de la internacionalmente premiada ‘El secreto de sus ojos’) y el joven Peter Lanzani, perteneciente a la nueva generación de actores jóvenes argentinos.
Guillermo Francella es Arquímedes Puccio, el patriarca del clan. Un hombre normal, propietario de una tienda de deportes y de un pequeño bar, situado justo al lado. Cada mañana, como un trabajador que mima su negocio, barría la acera de su establecimiento. Era un hombre muy apreciado por sus vecinos. Cuando le detuvieron, la gente del barrio pensó que era por error, que los verdaderos culpables de esos delitos atroces eran otros.
Puccio implicó a su propia familia en sus acciones. Su mujer (docente en un colegio) y su hijo mayor, Álex, (destacado jugador de rugby) conocían y participaban en ellas. Alegando que llevaba esa vida por ellos y su bienestar, Arquímedes hizo del secuestro y el asesinato su modo de vida. Nunca reconoció sus delitos y, cuando fue detenido y puesto a disposición judicial, le instaron a que reconociera los hechos y, de esta forma, salvar a su familia. No lo aceptó y todos, con mayores o menores penas, acabaron en la cárcel.
Arquímedes Puccio murió, en libertad, a los 84 años tras un problema cerebro-vascular. Ni siquiera su familia reclamó su cuerpo. Fue enterrado en una fosa común. Al final, se quedó solo. Sus execrables actos le hicieron probar de su propia medicina.
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