Ésta que ven en la foto dormitando feliz en el trasportín, entre dos mozuelas (también durmientes) y camino de Carolina de Sur, soy yo. Lo digo para quienes se asoman a estos diarios por primera vez. El resto de lectores ya son viejos conocidos de la casa y me tienen muy vista, pero parece que no se cansan. Qué quieren qué les diga: fotogénica que es una.
Comparto la imagen con ustedes para que cunda el ejemplo: ésta es la forma segura y responsable de viajar en coche para cualquier can que se precie. O bien en una confortable jaula debidamente anclada con el cinturón de seguridad o por el contrario, si el perro es muy grande, en la parte trasera (maletero), sin bandeja y con una red que separe al animal de los pasajeros. Pero ya saben: lo correcto y lo sensato no suele ser lo cotidiano, y aquí en Estados Unidos, en cuanto a transporte perruno, cunde la anarquía.
Esta perrilla que les escribe ha visto a sus congéneres made in USA asomarse por TODAS las ventanas posibles del vehículo, con y sin las patas por fuera; saltar alborozadamente como cabras locas de la parte trasera a la delantera; permanecer en el asiento del acompañante ladrando la ruta cual copiloto de Dakar (“izquierda, guau, montículo, arf, curva derecha, meneo de cola rrrrras…”) y, en el colmo de los colmos, viajar en el regazo del conductor con las patas delanteras sobre el volante y el hocico apuntando al salpicadero con cara de velocidad. Así como les cuento. En todo caso, a mí plim: si estos locos cuadrúpedos tienen vocación de proyectil peludo en potencia, allá ellos.
A mis amos se les llevaban los demonios cuando veían alguna de estas barbaridades, pero cada vez se sorprenden menos. Con el paso del tiempo se han dado cuenta de que para los norteamericanos el coche es una extensión de sus hogares. En consecuencia, desarrollan todo tipo de actividades adicionales a la conducción propiamente dicha. Como se pasan tantas horas en la carretera, y como manejar un vehículo automático resulta además muy cómodo y sencillo (arranca, pon la “D”, acelera, frena y be happy), uno puede relajarse al volante y dedicarse a otras cosas. Durante nuestra estancia en el país hemos ido elaborando un inventario de tales menesteres. A continuación les expongo el top 5 por orden de ocurrencia. Recuerden: todo ello, MIENTRAS se conduce…
No es de extrañar, pues, que los accidentes por alcance debidos a todas estas distracciones estén a la orden del día. Tampoco que muchas mascotas sufran daños irreparables y los provoquen al resto de acompañantes del vehículo. Para que se hagan una idea: un perro de 20 kilos a unos 55 kilómetros por hora se convierte en una mortífera bala de cañón de casi 700 kilogramos de fuerza. Ahí es nada. Ténganlo en cuenta cuando lleven a sus animales.
En fin, la pasión por los coches en este país es algo digno de mención. Ya les conté el otro día la querencia de mis queridos abueletes por los todoterrenos tipo paquidermo. Pero es que además, los lugareños bautizan sus carros y los decoran según gustos y por temporadas. Así, es muy normal encontrar circulando vehículos con cuernos o pestañas, o aderezados para Halloween o Navidad. La verdad, resulta muy entretenido.
Visto lo visto, estoy pensando en sugerirles a mis amos que también personalicen nuestro coche. Cómo no, a mi estilo, que para eso soy la celebrity del hogar. Estoy pensando en ponerle unas orejitas como las mías, un hocico sobre la insignia delantera y una colita parda y peluda allá donde suele ir el gancho de remolque. ¿Qué les parece? Seguro que causamos sensación en la urbanización. This is America! Hasta la semana que viene. Un cariñoso lametón.
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