Claramente, cualquier tiempo pasado no fue mejor. Eso no significa que un ex no pueda reaparecer de repente en tu vida y ponerla patas arriba haciéndote pensar por qué no volver con él. Cada uno de nosotros lleva consigo su propia mochila de experiencias. Esta va cargada de vivencias pero, sobre todo, de emociones ligadas a nuestros momentos vitales más importantes. Y entre estos se encuentra, por supuesto, el apartado de las relaciones amorosas.
Cuando la figura del ex aparece es frecuente que se le rompan a uno todos los esquemas. Incluso que se aparque de lado una nueva relación, intentando recuperar el tiempo perdido. ¿Por qué nos condicionan tanto nuestras relaciones anteriores? Y, sobre todo, ¿por qué nos afecta tanto un ex, hasta el punto de volver a caer en la tentación y el trampantojo de un amor fácil y apasionado, olvidando todo lo malo que nos llevó a dejarlo?
Los sentimientos tienen muchas veces una forma de presentación caótica o imprevisible, pero no por ello dejan de ser importantes, y de condicionar nuestro comportamiento. Así, cuando se da en nuestra vida un debate entre la razón y el corazón, como sucede cuando reaparece un ex, es más habitual responder a los impulsos del corazón que a cualquier sabio consejo de Pepito Grillo.
Y esto puede llevarnos a cometer grandes locuras de las que podremos arrepentirnos después pero, sobre todo, nos lleva a olvidar. Desaparecen de un plumazo de nuestra memoria todas las pesadillas vividas por su causa y hasta de la razón que nos llevó a dejarlo.
¿Quién se acuerda ahora de los cuernos que nos puso esa persona? ¿De sus numeritos o de cómo se gastaba todo nuestro dinero, al tenerlo de nuevo de frente con su pose más encantadora?
El reencuentro con un antiguo amante, con alguien a quien hemos querido, y con quien hemos compartido tanto, puede desencadenar una enorme respuesta emocional. Una especie de tormenta interior que en realidad nada tiene que ver con el corazón, sino con el cerebro. En este hemos grabado a fuego todas esas experiencias positivas vividas, a base de conexiones neuronales, de neurotransmisores y de circuitos creados a propósito de esa sola persona y de lo que nos hacía sentir.
En los mejores momentos del pasado, nuestro ex nos hacía rebosar hormonas de la felicidad, como la dopamina y la oxitocina, sobre todo porque había sexo implicado. Por eso, en el reencuentro es fácil obviar los aspectos negativos para regodearse en las sensaciones positivas que acaban de despertar.
Años después, su mera presencia reactiva estos circuitos cerebrales del placer y que nos generan adicción. Sucede lo mismo que cuando un ex-fumador, tras años de haberlo dejado, de repente decide encenderse un cigarro en una boda, y vuelve a caer en el consumo.
Por todo ello, si al vernos con el ex años después, y con nuestra vida completamente rehecha, notamos una sensación de paulatina y agradable embriaguez caracterizada por una mezcla de contrariedad e ilusión, debemos tener mucho cuidado.
En realidad, se trata de una trampa por la que nos dejamos engañar por unos sentimientos que ya no forman parte de nuestra actualidad. Antes de picar el anzuelo y de sucumbir ante la tentación, hay que tener en cuenta que esta vivencia es sólo el reflejo de unas sensaciones dormidas que acaban de despertar. Y que, igual que vienen, se van. Es una especie de euforia, en la mayoría de los casos pasajera.
Al margen de la química y del anhelo de endorfinas producidas por el condicionamiento, hay tres situaciones típicas en las que uno es más vulnerable a volver con su ex:
Ocurre muchas veces que, una vez se ha terminado una relación, va pasando el tiempo, y no se tiene nada, o no se tiene algo que merezca la pena. En este caso, se produce una búsqueda activa del ex, porque no hay otra cosa mejor. A falta de emociones, o tras una consecución de fracasos amorosos, se quiere recuperar el lado positivo de la pasada relación, sin tenerse en cuenta los problemas que antes existían.
El ex sirve, en este caso, para sentirse uno mejor. Sin embargo, no sólo lo hace de una manera momentánea, creándonos una fantasía de control sobre los problemas que tenemos a la hora de rehacer nuestra vida. Esta fantasía, no obstante, se desmorona en el momento en que aparecen nuevamente los viejos conflictos existentes en la relación.
La forma más madura de superarlo es asumiendo la realidad. Otra opción sería encontrando a otra persona. Sin embargo, no conformarse con cualquier cosa y saber esperar, garantizan un buen principio.
Qué frecuente es también el empezar una relación nueva, llena de todas las ventajas propias de la emoción del principio, y que aparezca el ex, desplegando todos sus encantos, e intentando boicotearlo todo. Este perfil de ex-pareja es muy tóxico, porque sus motivaciones no son nobles. Por el contrario, no dudará en acercarse cada vez que atisbe sospechas de la existencia de un competidor.
Estas oportunas apariciones del ex son, en realidad, una forma de intentar controlar a la otra persona, más que el deseo estar con ella realmente. Y, en muchos casos, una vez que ha comprobado que todavía tiene el influjo sobre ella, ya no necesita nada más, y desaparece sin echar mucho humo.
Otras veces, el ex reaparece como por casualidad, y sin siquiera ofrecer nada, siendo su única motivación el confundir para sentir que todavía es una persona importante en tu vida. En cualquiera de los casos, este tipo de ex-parejas siempre impiden concentrarse en una nueva relación de pareja.
Detrás de un ex que ni come ni deja comer, se encuentra una persona insegura, que intenta reafirmarse en el otro. Y lo hace eludiendo el compromiso y la responsabilidad, pero exigiendo una consideración que, por su parte, nunca va a corresponder. Su papel es el de confundir y de poner obstáculos, y podría definirse como el tercero que sobra en una multitud de tres. Sin embargo, le cuesta aceptarlo. Para no caer, lo mejor es ser radical y evitar cualquier tipo de contacto con este ex.
Al margen del matrimonio, las relaciones que más marcan son, sin duda, aquellas de larga duración en las que ha existido un compromiso, unido a un proyecto de pareja a largo plazo. Cuando estas relaciones terminan, se pone punto final a todo un estilo de vida que iba encarrilado hacia el propósito de una unión más definitiva, que pensaba ser reconocida y formalizada a todos los efectos.
Ocurre así con la ruptura de un compromiso de matrimonio, por ejemplo. Y con esta, ha de producirse un duelo y una aceptación de lo que ha sucedido. Aprender a vivir sin esa persona y renunciar a lo que pudo ser y no fue.
La falta de superación de haberlo dejado puede llevar a un sinfín de reconciliaciones y nuevas decepciones. Unas que lleven a una fórmula de pseudo-relación que nunca funciona. En una de las partes, típicamente, hay una actitud de un sí pero no, que lleva a buscar al ex constantemente, y ambos viven una relación de estar juntos, pero sin estarlo realmente.
Este es un ex muy peculiar, porque cumple todavía el rol de pareja. Sigue ahí siempre, o casi siempre y, por si fuera poco, aún existe una declaración de amor o de interés mutuo. Además de la fantasía de ese plan en común, que no se consuma porque hay una tremenda dificultad, que en teoría no se es pareja y las chispas saltan a la primera de cambio.
La única forma de salir de este círculo vicioso es enfrentándose a la idea de que lo que se está persiguiendo es algo platónico y que no existe. Seguramente por el temor a un nuevo fracaso amoroso. Pensar en positivo respecto a las relaciones, saber que no tienen por qué fracasar, es tan importante como el dejar de tratar al ex como si aún fuera pareja.
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