Durante las cuatro semanas de confinamiento oficial que han transcurrido desde que se decretó el estado de alarma, nos hemos venido contando los unos a los otros cómo lo estamos viviendo. Se nos han dado pautas para mantener nuestra cabeza sana durante el confinamiento y nos hemos tomado al pie de la letra eso de mantenernos ocupados. Aún estando en casa, yo sé de algunos que han registrado niveles de actividad frenéticos.
Hemos tratado de mantenernos unidos y hemos ido viendo aflorar lo mejor de cada casa: amigos que ya no tienen más armarios que ordenar, madres y padres que ya no disponen de más rincones que limpiar, primos que han repasado todas las rutinas de ejercicios habidas y por haber, hermanos que se han refugiado en el trabajo y conocidos a los que el infinito recetario de la Thermomix se les ha quedado ya corto.
A otros, en cambio, se les cae la casa encima, se sienten bloqueados, están desprovistos de toda creatividad, o se han visto atrapados en la apatía, la desmotivación y la desgana. Quizá empezaron con fuerza, pero la extensión (aún sin un límite claro) de este confinamiento ha caído como un jarro de agua fría y el hecho de no disponer de un plazo nítido ha vuelto a exacerbar la incertidumbre y la inquietud de los primeros días.
El ser humano es tremendamente resiliente y puede soportar situaciones realmente calamitosas, pero para ello necesita entender lo que sucede, poderlo procesar, desarrollar herramientas para gestionarlo, y orientarse hacia una dirección con significado. Casi todo eso está hecho, superado, pero lo del sentido claro se desdibuja cuando la recuperación de la normalidad se proyecta aun en un horizonte excesivamente ambiguo. Y entonces, claro, el caos se apodera de nuevo de nuestro día a día.
Ninguna de las dos actitudes opuestas que acabo de describir es necesariamente negativa. El que intenta mantenerse ocupado no es más fuerte que el que no lo consigue. Ambos patrones comportamentales son el resultado de nuestro intento de gestión y de nuestro esfuerzo de adaptación a una situación novedosa que abruptamente ha interferido en nuestras rutinas y nos ha llevado a actuar en contra de nuestros esquemas de relación social más básicos.
En este sentido, el que sigue mostrando apatía y desgana no tiene por qué estar exhibiendo un síntoma de mala salud mental, no tiene por qué estar desarrollando una depresión, ni mucho menos. Pero sí puede estar acusando algunas dificultades en la eficacia de sus estrategias de afrontamiento o de adaptación, un patrón de interpretación de la situación tendente al pesimismo o al derrotismo, un ánimo algo más deprimido de lo que cabría esperar, y una ligera tendencia al autoabandono.
Todas estas manifestaciones, sostenidas y prologadas en el tiempo, sí podrían llegar a sumir a esta persona en un estado de desmotivación y tristeza que, a fin de cuentas, puede acabar por perjudicarle más de la cuenta y podría llegar a acarrear otro tipo de consecuencias indeseables para su estado de bienestar físico y psicológico.
Por eso, incluso aunque no nos apetezca cuidarnos, incluso aunque el cuerpo no nos pida movernos demasiado, incluso cuando no le encontremos demasiado sentido a algunas cosas, sí es recomendable obligarse a seguir una rutina determinada. Una que incluya algunos elementos fundamentales, aunque sea flexible y muy poco exigente, en la que se intercalen mínimamente actividades de distinta función y distinta naturaleza.
Si quieres pensar en una rutina saludable y fácil de llevar, basta con que incluya los siguientes elementos:
Dedica cada día un espacio de tiempo al trabajo, a las responsabilidades que rodean el trabajo, o a la planificación de trabajo. Ubícalo en un lugar determinado de la casa, separado del resto en la medida de lo posible. Es probable que no puedas trabajar con normalidad estos días, pero eso no significa que no puedas ejecutar esas tareas que no te ilusionan nada, pero de las que sigues siendo responsable. ¿La finalidad? Promover tu sensación de autoeficacia, en sí misma es muy reforzante.
El teléfono o la video llamada son nuestras mejores herramientas estos días, pero también sirven e-mails o cartas, a la vieja usanza. Todo sirve con tal de seguir conectado al mundo, respaldado por el poyo de los nuestros y mantener al día en nuestras amistades y relaciones. Quizá no sientas que es tan necesario, pero el apoyo social es el mejor recurso del que el ser humano dispone para hacerle frente a lo adverso, no puedes privarte de ello.
El aislamiento puede ser físico, pero no tiene por qué ser emocional. Somos seres gregarios por naturaleza, necesitamos estar rodeados de los demás, necesitamos integrar su particular punto de vista sobre las cosas. No te prives de un apoyo fundamental o acusarás su ausencia en el medio plazo.
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