Cada día nos enfrentamos a decenas de situaciones que tienen un enorme potencial para descolocarnos, enfadarnos, ofendernos o dañarnos de cualquier modo. Son muchas las interacciones que cada día mantenemos con los demás, muchos los conflictos a los que nos enfrentamos, y muchas más las situaciones en las que las cosas no salen tal y como habríamos deseado. Comentarios que escuchamos, gestos que percibimos o planes truncados se prestan cada día a sacarnos de quicio… Eso sí, sólo si lo permitimos.
Porque sufrir por lo que percibimos de otros está en nuestra mano. Depende de nosotros. Sí sí, has leído bien: puedes decidir que las cosas te afecten o que dejen de hacerlo. Una ‘simple’ elección personal se encuentra en el origen de muchas de las emociones negativas que experimentamos cada día. Y que pueden llegar incluso a quitarnos el sueño.
Lo que los demás hacen o dejan de hacer te ofende cuando lo interpretas de manera rígida desde tu propio modelo del mundo. Nos ofendemos porque “yo jamás me pondría así por eso” o porque “para mi es inconcebible portarme así con otra persona”. Nos colocamos falsamente en el lugar del otro y juzgamos sus actos, gestos o actitudes desde nuestra propia escala de valores, desde nuestras inercias y nuestros esquemas acerca de cómo deben de ser las cosas. Damos por sentado que esa forma de pensar es la más lógica y natural. Lo ‘normal’ y esperable.
Sin embargo, la persona que tienes delante tiene otro padre y otra madre. Otra historia de vida. Otros valores incluso también. Otra mochila de experiencias, distinta de la tuya. Da por sentado cosas distintas y su actitud ante el mundo es el reflejo de sus propias prioridades. Por eso actúa de otro modo, porque ha aprendido a hacerlo, porque su personalidad y sus vivencias le han ido condicionado por un camino diferente al que tú has seguido.
Creemos que somos empáticos cuando en realidad no lo estamos siendo en absoluto. Colocarse en el lugar del otro no es pensar en qué habría hecho o sentido uno mismo de haber estado en tal situación. Todo lo contrario: empatizar implica sentir con el otro desde el momento vital del otro, con sus condicionantes y sus experiencias previas como telón de fondo.
Nos pasamos la vida interpretando todo cuanto acontece a nuestro alrededor. Y de esas interpretaciones parten nuestras mayores frustraciones y enfados con los demás. Si buscas motivos para sentirte mal, ten por seguro que los encontrarás. Los hay a puñados cada día: una mirada por parte del conductor del autobús que nos ha llevado hasta el trabajo, un tibio “buenos días” de un compañero que ni nos mira a los ojos al saludarnos, la bordería de un amigo, la impertinencia de un familiar, el desplante de un cliente, la prisa de un jefe… Todas esas situaciones son potencialmente dañinas si nos las tomamos por el lado personal, es decir, si creemos que nuestro interlocutor ha actuado de tal modo porque hay algo en nosotros que justifique su actitud de alguna manera.
La ofensa reside en la interpretación que nosotros hagamos de lo que nos sucede y de lo que recibimos de los demás. Si pienso que Fulanito ha sido un borde “y lo ha sido sólo conmigo porque me está reprochando algo” me sentiré enfadada, rabiosa y alerta a futuros desencuentros. Si su bordería se debe simplemente a “cosas suyas que a saber de dónde vienen” entonces yo quedo fuera de la ecuación y me protejo con una membrana impermeable frente a lo que me pueda llegar de las torpezas o meteduras de pata de los demás. Que, dicho sea de paso, también son humanos y sienten y padecen, y también se desbordan o se equivocan. No es lo mismo pensar que nos han tratado regular porque nos lo merecíamos o porque querían herirnos, que porque el otro estaba teniendo un mal día, estaba muy preocupado o tenía la atención centrada en otra cosa.
¿Quieres regular la permeabilidad de esa membrana que te protege o desprotege frente a lo que te llega de los demás? Cambia el sesgo desde el que interpretas las conductas y actitudes ajenas:
Afortunadamente no somos el centro del mundo y lo que el resto de personas hace tiene mas que ver con ellos mismos que con lo que puedan pensar de nosotros. Tu relación con el mundo y tu nivel de desgaste diarios dependen de cómo regules toda una serie de interpretaciones que crees lógicas pero que en el fondo son egocéntricas y arbitrarias.
La diferencia entre una piel joven y una madura radica, sin entrar mucho en detalles,… Read More
De sobra es conocida la afición que tenía Isabel II por los automóviles de alta… Read More
El turismo de bienestar está ganando adeptos al mismo tiempo que está viviendo una revolución,… Read More
Una joya del Titanic ha batido récords en una subasta. Se trata de un reloj… Read More
Desde la reina Letizia a la cantante Rosalía pasando por la actriz Penélope Cruz o la… Read More
Este sitio utiliza cookies para prestar sus servicios y analizar su tráfico. Las cookies utilizadas para el funcionamiento esencial de este sitio ya se han establecido.