Abran paso al nihilismo
La sociedad vive en un nihilismo que no reconoce en sí misma ninguna culpa ni responsabilidad y que vive cómodamente en la indiferencia.
De un tiempo a esta parte llevo contemplando a un grupo de personas hacer de todo para llegar a nada. A la inversa, a lo largo de mi carrera política, he llegado a ver personas cuya función vital era no hacer nada para llegar a todo. En boca de tercera persona, corre la anécdota de un Ministro de nuestra democracia que, en el segundo año de su mandato, reunió a su equipo en la copa de Navidad y les exhortó con la sinceridad y la probidad del que está por encima de todo: “Quiero daros las gracias. Hasta ahora todo va muy bien. Por eso tenéis que seguir haciendo para el próximo año lo que habéis hecho hasta ahora: nada”.
No hay libro más radical en su título que “Nada” de Laforet. Y durante estas semanas de confinamiento, me ha venido varías veces una fragmento del libro que reza así: “Sobre fondo negro habían pintado en blanco, con grandes letras: “Demos gracias al cielo de que valemos infinitamente más que nuestros antepasados. – Homero”. La firma era imponente. Tuve que reírme. Me encontraba muy bien allí; la inconsciencia absoluta, la descuidada felicidad de aquel ambiente me acariciaban el espíritu”.
En la salida de esta crisis no habrá un cambio de comportamiento ético
Y cierto es que en algún momento de estos aciagos días alguien decidió que nuestra generación valía más que la de nuestros antepasados. Los niños de la Guerra, los niños de las hambrunas, el estraperlo y de los ojos vencidos por el miedo de los cuarenta, los mismos que algunos venían a honrar, hoy fallecidos sin conmiseración histórica ni moral. Grandes paradojas de la historia. Grandes anomalías de nuestro pasado y nuestro presente intergeneracional.
Como también era de esperar que a la salida de esta crisis no hubiese un cambio de comportamiento ético, una vez que se recuperan los hábitos de vida recientes. Mientras nuestras vidas pendan de ese juguete roto que es el móvil, todo volverá a ser igual. Nada. Vivimos bajo un leviathan tecnológico demoledor y destituyente que no es cubierto ni por la razón crítica ni por la fe acrítica.
El europeo vive como si el mal no existiera
Ni siquiera aceptamos que exista el mal, porque eso sería tanto como obligarnos a reaccionar activamente. “El europeo vive sin Dios, y es obligado a constatar que vive bien. Pero también vive como si el mal no existiera, y corre peligro de acabar mal”. El autor de esas palabras es André Glucksmann, probablemente uno de los pensadores que más ha atinado en la detección del mal y de la debilidad ética de la indiferencia, algo así como un nihilismo de nuevo cuño soportado por la extraña complacencia de los ciudadanos del mundo que rechazan tener que enfrentarse al debate moral del bien y del mal.
Pocas frases condensan en tan pocas palabras el debate cercado en el mundo de la intelectualidad europea reciente acerca de la banalidad de los valores, del ocaso de los principios tradicionales o de los costes de la sociedad opulenta y de su renuncia al compromiso social en favor de la comodidad propia de las sociedades de consumo. Si alguien tenía la esperanza de que el mundo fuera a cambiar después de la pandemia, era un iluso o un desaprensivo. La nueva normalidad no renuncia al confort y a la vida sin vida de las redes sociales. En definitiva, nuestra sociedad ha sucumbido definitivamente en el sopor de la comodidad y la indiferencia moral.
El nihilismo forjado en una sociedad que reniega de sus principios
Nada. Es el nihilismo forjado en la maldad de la sociedad dominada, una sociedad formada por súbditos sin voz ni opinión propia. Es el nihilismo forjado en la maldad de la sociedad que reniega de sus principios y que rehuye afrontar las patologías del mundo, porque la cobardía siempre es más confortable que la audacia. Es el nihilismo también de una sociedad que no reconoce en sí misma ninguna culpa ni responsabilidad, que vive cómodamente en la indiferencia, y que, como tal, es víctima de un totalitarismo silencioso, causado por su propia falta de conciencia y de espíritu crítico de libertad.
Confieso que hay que compartir cierto coraje para rebelarse contra la indolencia actual. Para la conciencia liberal, no hay nada que más repulsión provoque que el adoctrinamiento y el gregarismo. Y como el comfort de las sociedades avanzadas, instaladas en la Playstation o el Tik-tok rehusa reconocer la existencia algo más haya que el consumo rápido de la propia imagen. Entre el aleccionamiento ideológico rutinario y la cotidaneidad del buen vividor, menguan las razones para la rebeldía. Nos hemos hecho mayores y algunos no se han dado cuenta todavía.