El susto de Harrison Ford

Hay muchos actores que no tienen suficiente con quemar adrenalina en los rodajes, sino que necesitan actividad extra en su vida real. Conocida es la afición a pilotar aviones de John Travolta o la imposición de Tom Cruise de no tener dobles en las acciones de riesgo en su películas, lo que lleva a las productoras a hacerle unos seguros millonarios en previsión de que “se rompa” algo en esos actos de valentía.

Son unos cuantos los adictos a jugarse la vida plantándole cara al riesgo. La última hazaña fuera de los platós de rodaje del héroe Harrison Ford, casi le cuesta la vida. Su veteranía y pericia a los mandos de sus avionetas es lo que le salvó de que hoy estuviera escribiendo sobre su desaparición y no sobre su última hazaña.

Es un actor peculiar, de los que huyen de Hollywood como el gato al agua. Se lo puede permitir porque es uno de esos privilegiados que no van en busca de la oferta, sino que los grandes estudios siguen llamando a su puerta y las propuestas se amontonan en la mesa de su publicista.

Vive en las montañas de California, en su rancho, donde sigue haciendo muebles para su casa y las de sus amigos. Sus manos, grandes y curtidas, son el reflejo de los malabares que hace con la sierra. Camina hacia los 73 con un cuerpo atlético, en plenitud de facultades, con un prestigio profesional incuestionable y una salud de hierro, que le está permitiendo recuperarse de su percance a la velocidad del rayo.

Está considerado “El Ferrari de los actores”. Es el aventurero por excelencia, el héroe hoy herido. Se siente irlandés como persona y judío como actor. Ostenta, entre otros títulos, el del intérprete con los mayores ingresos de taquilla de la historia del cine. Hasta hace muy poco era el único actor que no se había muerto nunca en una película, “pero ya tenía ganas de que me dieran esa opción”, me comentó en la última entrevista en la que no sobrevivía su personaje.

Dicen que la edad le ha vuelto un poco “cascarrabias” –doy fé- y, aunque nunca ha sido un derroche de simpatía, siempre se ha mostrado hábil a la hora de guardar las apariencias. Ante las preguntas incómodas se convierte en un experto en sacar el látigo y poner a cada uno en su sitio.

No sé si después de los últimos acontecimientos, seguirá llenando su vida de actividad. Su mujer ya le ha pedido que baje el ritmo y deje los manejos del avión a otro. No será fácil que guarde en un cajón su carnet de piloto privado y deje de buscar la aventura en los hidroaviones monomotor, helicópteros y su flota de aviones, que guarda en un hangar de su propiedad en el aeropuerto de Santa Mónica. Sin duda, seguirá bebiendo la vida a pequeños sorbos y degustar con placer lo que le tenga preparado el destino.