Esta de la foto soy yo desde la atalaya privilegiada que me otorga una de las entradas de mi hogar. Desde allí contemplo las idas y venidas de mis vecinos. No crean que es fácil: todas las casas de nuestro alrededor están habitadas, pero a veces uno sólo sabe que hay bicho dentro por los coches aparcados en la entrada de cada garaje y por las luces en las habitaciones. Los norteamericanos, al menos los de aquí, son muy celosos de su privacidad. También respetan la tuya, aunque te vigilen. Y vaya si lo hacen.
Anochece en North Bethesda y no se ve ni un alma en la urbanización. Los vecinos llegan en sus grandes todoterrenos o SUVs, entran en casa y si te he visto no me acuerdo. Sé que hay niños porque he visto cargarlos, descargarlos y transportarlos en los vehículos, no porque jueguen, correteen, rían o lloren frente a sus porches. Las únicas que enredan sin rubor por todos lados son las ardillas. Las hay grises, marrones y negras, bien rollizas y muy descaradas. Paso a su lado y se quedan mirándome sin inmutarse ni reconocer mi escala evolutiva superior y depredadora. Me ignoran. Mejor así, porque soy un poco miedica con los bichos. Y aquí hay bichos para dar y regalar, de todos los tamaños y colores. Pero de eso hablaremos otro día.
En fin, acostumbrada como estaba a la algarabía vespertina de San Sebastián de los Reyes, esta paz me da cierto yuyu. Por eso siempre ando erguida y vigilante, con las orejas tiesas y la mirada atenta. Los únicos que advierten mi presencia al pasar son los de mi especie, siempre prestos al ladrido de advertencia. Los perros de aquí son un poco huraños y nerviosos, entre otras cosas porque sus dueños recelan de la más básica etiqueta perruna: aborrecen que nos olamos el trasero. ¿Cómo quieren entonces que socialicemos, eh? Ay…
Romper el hielo con el vecino humano de enfrente tampoco es fácil. Salvo excepciones, debes dar tú el primer paso y presentarte para que te clasifiquen en la doble categoría de “seguro” y “aceptable”. En nuestro caso no ha habido problemas: mi amo saluda, sonríe y da conversación a todo el que pasa, y vuelve a saludar y sonreír todavía MÁS a quien se hace el longuis. Mi presencia zalamera también ayuda a romper el hielo. Así, poco a poco, hemos ido conociendo a los miembros más “visibles” de la comunidad. Y menuda comunidad: nunca habíamos convivido con un grupo tan variopinto de seres humanos. Todos buena gente, con interesantes vidas a sus espaldas y una posición acomodada ganada a pulso a base de trabajo y perseverancia, pero ciertamente peculiares. Y algunos, extravagantes hasta decir basta.
Personajes como el Fumador Impasible, ‘Mister Perfection’, el Enjuto Caminador, el Reparador Paseante, Don Jardines, la Bella Janis y Matusa no se conocen todos los días. En próximas entregas os iré contando cosas sobre ellos y algunas de sus mascotas, verdaderos espejos de sus dueños. Hasta entonces, guau.
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