Recordarán los lectores que la semana pasada estuvimos escribiendo sobre moteros y héroes perrunos, rindiendo un sentido homenaje a todos aquellos congéneres que de una u otra forma han prestado servicio a la sociedad, ya sea en la fuerzas armadas, cuerpos policiales, bomberos, equipos de rescate… Sin embargo, el amor de los norteamericanos por sus mascotas (en especial, perros y gatos) se extiende más allá de los animales heroicos.
Como les conté en mi artículo de presentación, hay unos 70 millones de perros en el país y el negocio de las mascotas alcanza casi los 60.000 millones de dólares. Esto es, más de un 62% de los hogares estadounidenses tienen por lo menos un animal doméstico. Este aprecio por nosotros se extiende también más allá de nuestra vida. Así, me cuenta mi amo que en este país existen más de 600 cementerios especialmente pensados para nuestro eterno descanso, según la IAOPCC (International Association Of Pet Cemeteries & Crematories). Pero uno de ellos destaca sobre los demás: se trata del bellísimo cementerio de mascotas de Hartsdale, localidad ubicada a unas 20 millas al norte de la ciudad de Nueva York.
Hartsdale, fundado en 1896, es el primer y mayor cementerio de mascotas de los Estados Unidos y el más antiguo en funcionamiento del mundo. Su historia es bien bonita y no sólo para mi corazoncito perruno. Su nacimiento tuvo lugar cuando un veterinario, el Doctor Samuel Johson, permitió a un entristecido cliente enterrar a su perro en una esquina de su manzanal en lo que entonces era la Hartsdale rural. Otros neoyorquinos siguieron pronto el ejemplo. Estos primeros dueños eran responsables del cuidado de las tumbas de sus mascotas.
En 1914, el cementerio se convirtió en corporación, lo que garantizó su existencia empresarial a perpetuidad. Hoy en día se extiende a lo largo y ancho de una empinada colina. Su frondosa vegetación y original configuración lo aíslan del bullicio circundante. Uno puede pasar con su coche al lado del lugar sin enterarse. Y es una pena, porque merece absolutamente la pena, especialmente para los amantes de los animales. Pasear por sus senderos y detenerse en los muchos rincones honorarios permite al visitante comprender la inexistente frontera emocional entre nosotros y nuestros amos. Somos de la familia y se nos ama, honra y recuerda en consonancia.
Hoy en día hay más de 80.000 mascotas enterradas en Hartsdale, en su enorme mayoría gatos y perros. Pero también se hallan pájaros, conejos, monos y serpientes. No obstante, el inquilino más curioso es un joven león, Goldfleck, perteneciente una princesa húngara (el de la foto). Y la historia del cementerio no termina aquí, porque hay además unos 20 seres humanos descansando eternamente junto a sus mascotas. Impresionante, ¿no?.
Por supuesto, todos los perros vivitos y coleantes somos allí bienvenidos con nuestros amos para rendir homenaje a los cuadrúpedos peludos que ya nos dejaron. ¿Cuántas historias de amor, amistad, ternura, fidelidad, aventura, soledad compartida, juegos, felicidad, dolor y alegría podemos encontrar paseando por Hartsdale? No sabría decirles. Incontables. De lo que sí estoy segura es que todos los que allí habitan se ganaron el cielo de las mascotas por la vía directa. Va por vosotros. Guau.
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