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Frustración de clarisas

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Vélez-Málaga

En 2009 supimos de un proyecto conmovedor que mereció la atención de todo el mundillo turístico. El monasterio veleño de Nuestra Señora de Gracia, propiedad de la congregación de las Hermanas Clarisas desde 1555, iba a ser transformado en un hotel con encanto despeñes de estar sentenciado por falta de vocaciones con que afianzar su uso y mantenimiento. Las finanzas del Vaticano sirven a otros menesteres diocesanos y las del Ayuntamiento no daban entonces ni para gestionar los vertidos del municipio. En consecuencia, sor María Encarnación daba ya por arruinado el sitio sin ninguna esperanza de habitarlo, como Dios sabe que se puede hacer con otras ruinas más innobles.

«Desde 1998 tenemos las cubiertas de los dormitorios apuntaladas y hay tantas barreras que algunas hermanas ya mayores no pueden hacer vida de comunidad y tienen que pasar el día en la enfermería porque no pueden subir y bajar escaleras para dormir en sus celdas», se quejaba la madre abadesa en una entrevista a un diario local.

Monasterio de Nuestra Señora de Gracia

Mientras esperaban la llegada del ángel justiciero, entretenido quizá en otras cielos, las clarisas sacaron pecho —con perdón— y decidieron ellas solas encomendarse al Altísimo de la Industria Turística. No en vano, el monumento claustral habita en la Costa del Sol, y algo de todo ese trasiego veraniego tuvo que pegárseles a las monjitas. Sin ningún remilgo canónico, las señoras se tomaron bula para salir de su clausura y echaron las cartas sobre la mesa a la búsqueda de algún bienhechor franciscano que les asegurara el futuro a cambio de este inválido monumento que tenían como eremitorio clariso.

Con audacia y deseos de ganarse el paraíso, el arquitecto Francisco Torres y su esposa, Margot Zayas, fueron los únicos devotos interesados en el salmo y secundar de facto la gracia concebida por las doce sores. El matrimonio acordó con la congregación la permuta del monasterio por otro nuevo en la carretera de Arenas con 35.000 metros cuadrados de superficie, de los que 7.000 serían de clausura. Además de una iglesia con dos coros, el convento redivivo iba a disponer de enfermería, cocina y obrador, sala de música, sala de pintura, un ala para las novicias, sala de estudio, sala capitular, sala de labores, biblioteca e informática, lavadero y un huerto con una pequeña capilla de retiro, entre otras oratorias dependencias.

Monasterio de Nuestra Señora de Gracia

Sor María Encarnación no escondió su júbilo celestial en las entrevistas que le llovían desde todos los medios de comunicación andaluces. «Cuando se construyó el antiguo convento, las monjas no estaban presentes; en cambio en el nuevo monasterio se ha tenido en cuenta nuestra experiencia y nuestras indicaciones», repetía como si le hubiera tocado la primitiva y no tuviera que depositar el óbolo debido en el banco Ambrosiano. Se acababan aquellas tiritonas claustrales que impedían el fervor salmódico. Por suerte quedó conjurado el miedo a que se derrumbara diabólicamente la espadaña en una de esas campanadas dominicales tan gustosas a la parroquia. Al fin, lejos de ellas toda tentación de mudarse a un pisito soleado o uno de esos apartamentos vecinos que suele acoger todos los estíos a la sacrílega turistada.

A través de una empresa apropiadamente sacramentada como Cónclave Nostrum, la rehabilitación del antiguo monasterio, declarado Bien de Interés Cultural (BIC), albergaría sin mayor sacrilegio una hospedería de 11 habitaciones gracias a la cual estas monjas obtendrían la ansiada vía de ingresos que les permitiría practicar el ora et labora que Dios Manda, aunque le tomen prestado el mandamiento a la orden benedictina.

Monasterio de Nuestra Señora de Gracia

Pero he ahí que, iniciadas las obras del convento sustitutorio, los Torres y Zayas se quedaron sin los denarios requeridos para el sacramento constructivo e iniciaron su travesía del desierto por alguna tierra de fariseos lejos del soñado Canaán. Y regresaron a su viacrucis veleño con un nuevo proyecto de plantar con subtropicales, fundamentalmente mangos, los 35.000 metros cuadrados de huerto que circundan el primitivo cenobio en la procura de su sustento y del propio sostenimiento del edificio caduco.

Además de los mangos, ya se ven otras sembraduras de viñas, olivos y un huerto con lechugas, tomates, calabazas y pepinos, entre otras hortalizas, gracias a la ayuda laboral desinteresada de unos vecinos. Respecto a los profetas mistéricos del Cónclave Nostrum, «ya por último ni nos cogen el teléfono, viven en el extranjero y no vienen nunca por Vélez-Málaga», concluye Sor Conchi.

Fernando Gallardo

Periodista, escritor, locutor y analista de tendencias en materia de turismo. Crítico de hoteles en EL PAÍS. Fundador de Hoteles con Encanto y Notodohoteles.com. En 36 años he visitado más de 26.000 hoteles en todo el mundo.www.fernandogallardo.com

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