Cuando uno se pone a investigar las estadísticas sobre separaciones y divorcios, esperando encontrar incrementos como resultado de las tensiones generadas en las parejas por causa de la crisis del coronavirus resulta que no. Según el INE, en 2019 se registraron casi un cuatro por ciento menos divorcios que el año anterior. Se trata de una tendencia a la baja que se viene observando desde el 2015 y que se está manteniendo también en el año 2020. Sin embargo, no debemos lanzar las campanas al vuelo, porque hay cierta letra pequeña que conviene conocer.
Por ejemplo, que los últimos divorcios suelen darse en parejas de larga duración: hablamos de casi 17 años de media para los divorcios y de 23 para las separaciones. Otro dato curioso es que la mayoría de las separaciones y divorcios coinciden, en tiempo vital, con la llamada crisis de mediana edad, entre los cuarenta y los cincuenta. ¿Será que a partir de esa edad ya no está uno para aguantar nada, sino para darse una nueva (y quizá última) oportunidad para ser feliz?
En tiempos de Covid-19 debemos tener en cuenta que todos los trámites legales implicados en los procesos de nulidad y divorcio se han ralentizado o pospuesto en muchos casos a causa de las restricciones establecidas durante la pandemia. Podría suceder, pues, que se produjera una avalancha en los próximos meses, como ya sucedió en China, mientras las parejas se lo van pensando en casa, sometidas a confinamientos y restricciones de movilidad varias.
Se hayan materializado o no, son muchas las parejas que están al límite y que ya no se aguantan como resultado de una nueva e intensa convivencia con la que antes no estaban familiarizados. Los ERTES, los niños en casa y las estrecheces, en general, no fomentan ni el amor ni la cordialidad, sino las fricciones de pareja. Y por ello es importante aprender a gestionar las discusiones que, a la fuerza, aparecerán en momentos de dificultad.
Es inevitable que entre dos personas que pasan mucho tiempo juntas aparezcan diferencias de opinión. Cada persona es diferente, y por ello tiene su particular punto de vista ante cualquier situación que, por nimia que parezca, exija tomar decisiones en cuanto a forma de proceder, o exija el que se mantenga una postura ideológica determinada.
Cuando surgen estas diferencias entre dos personas, es necesaria una discusión para resolverlas. Esto no quiere decir que las discusiones sean inevitables. Esto depende de cada pareja. Hay parejas especialistas en evitar la discusión y que crean entre ellas un ambiente “idílico”, pero que es irreal. Y es que tarde o temprano, siempre se plantean situaciones que exigen ser comentadas y discutidas. Es normal que las parejas al principio, cuando están en la fase de enamoramiento, eviten la discusión, con tal de perpetuar ese estado de bienestar ideal. Pero una vez pasada esta etapa, cualquier pareja sana debe entablar sus propios mecanismos de enfrentamiento a los problemas y situaciones cotidianas. Y entre estos elementos se encuentra, desde luego, la discusión.
Discutir puede ser sano o insano, según la definición que empleemos de lo que es “discutir.” Generalmente se tiene la idea de que es sinónimo de pelearse, pero esa es una definición incorrecta. Realmente, discutir es enfrentar planteamientos diferentes con el fin de llegar a una conclusión. Esta conclusión muchas veces implica una toma de decisiones consensuada respecto al tema que es motivo de discusión. Es decir, se concuerda qué es lo que se va a hacer, aunque en ocasiones sea a costa de que uno de los dos ceda. Es en este sentido en el que hablamos de consenso.
Otras veces las discusiones sirven para aclarar malos entendidos. Este tipo de discusión suele surgir cuando no ha habido una comunicación adecuada previa o se han evitado discusiones anteriores que eran necesarias. En general, la falta de comunicación va a ser una de las fuentes más frecuentes de la discusión. No porque haya habido algún problema, sino porque muchas veces se desconocen aspectos de la pareja acerca de sus ideas o deseos, simplemente porque nunca ha surgido el tema de conversación con anterioridad. En todos los casos, las discusiones siempre van a ser positivas para la pareja, cuando éstas sirvan para aclarar puntos de desacuerdo.
Por el contrario, la discusión no debe ser a gritos, puesto que entonces no hay un intercambio equitativo de opinión, sino más bien una lucha de poder, en el que se impone el que más grita, que con frecuencia intimida al otro, impidiendo que se manifieste en sus ideas.
Por supuesto que a la hora de la verdad, casi todo el mundo se ha visto alguna vez enzarzado en una discusión a gritos. Estas discusiones hay que procurar evitarlas en la medida de lo posible, pero cuando suceden, es que la situación se ha desbordado, y es mejor no tomar en serio las cosas hirientes que nos haya dicho el otro en estado de cólera, y saber pedir perdón si hemos sido nosotros los crueles.
Lejos de lo que pueda parecer, el sarcasmo es una forma de comunicación extremadamente agresiva dentro de una pareja. Supone la emisión de un mensaje hostil, pero de forma encubierta y que el otro se supone que debe entender. Sin embargo, no siempre es así. Lo que sí va a leer nuestra pareja, con toda seguridad, son malos gestos y desprecios, con independencia del contenido del mensaje. Cuando se hace habitual este tipo de interacción, o se producen los silencios por respuesta, se genera un clima de gran hostilidad en la pareja. Mantenido en el tiempo, irá enfriando la relación hasta un punto en el que tal vez sea demasiado tarde.
¿Cómo hacerlo bien? La forma de discutir ha de ser siempre “constructiva”. Es decir, el propósito debe ser determinar y aclarar puntos de vista e intenciones, para llegar a una conclusión. Ni callarse, ni rumiar odios sufriendo en silencio: mejor hablar de lo que nos molesta del otro, pero siempre con buen tono y sin perdernos el respeto.
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