Si Platón levantara la cabeza muy probablemente no aplaudiría el curso que ha tomado la adjetivación de su nombre. Porque el amor platónico no es tan sencillo como ese que se inicia contemplando y admirando la belleza o la espiritualidad del ser amado, sino aquél que en esa fase de contemplación tiene su inicio y también su más crudo final. El amor platónico no trasciende más allá de esa tierna e infantil fase de enamoramiento. En este amor fatuo lo ideal ensalza y limita a la vez. Y, al final, todo amor platónico nos tortura por su falta de correspondencia.
¿Por qué, entonces, hay personas que pueden vivir platónicamente enamoradas durante años? Nadie escoge sufrir –al menos no conscientemente– pero de lo que ninguno nos libramos es de hacer, con la mejor de nuestras intenciones, malas elecciones que dan lugar a peores resultados. Sufrimos a causa de nuestras erráticas acciones y reacciones, aunque no seamos plenamente conscientes de esa relación causa-efecto.
Y es que, lejos de lo que a primera vista pueda parecer, las personas elegimos, actuamos y sentimos con mucha menos libertad de la que creemos. Nuestras elecciones vienen directamente condicionadas por limitaciones y dificultades psicológicas de las que muy a menudo no somos directamente conscientes. De ahí que un trabajo terapéutico pueda ser útil para muchos.
La literatura hace parecer que cualquiera es susceptible de caer en un sentimiento de amor platónico, que el amor es un profundo sentimiento que brota ajeno a nuestro control, que es la mala pata la que determina que aquél de quien nos enamoramos sea precisamente quien menos nos corresponde… Y ya el sumun del desastre es, en este contexto, quedarse anclado a esa amalgama de emociones sin poder renunciar a la posibilidad de que nuestro ser amado, algún día, cambie de opinión. Un beso, un encuentro fortuito, una noche de tórrida pasión… Cualquier situación es válida para escenificar en la intimidad de nuestra imaginación algunos de nuestros mas inconfesables anhelos. Soñar es gratis, que dirían los más ingenuos. Nada más lejos de la realidad… ¡Y a qué precio!
Lejos de lo que creemos más obvio, en el platonismo amoroso también escogemos caer. Insisto, con elecciones más o menos libres o conscientes, pero elecciones al fin y al cabo. Y más cuando un terapeuta, o la propia realidad incluso, sacan a relucir esa posibilidad de elección. Sabemos, además, que no todos somos susceptibles de protagonizar este tipo de películas platónico-románticas. Quienes tienden a alimentar amores idealizados suelen ser personas románticas, nostálgicas y con algunas dotes para la imaginación, pero no solo eso. Parece, por lo que podemos observar en la clínica cada día y por lo que la psicología de la personalidad nos deja saber, que las personas mas inseguras, introvertidas, temerosas del rechazo y evitadoras de la confrontación directa son también mas susceptibles de caer platónicamente enamoradas.
El amor platónico solo puede experimentarse desde el imaginario, la conceptualización, la idealización y la irrealidad. El platónicamente enamorado proyecta sus necesidades, sus deseos y sus anhelos sobre una figura aparentemente perfecta, ¡mientras no se esté dispuesto a demostrar lo contrario! La persona apela a su concepto arquetípico de amor, y lo mantiene intacto porque ni llega nunca a construir uno propio en base a experiencias personales o pruebas de realidad tangibles. Con todo ello evita ser rechazada, cierto, pero también evita ser aceptada. Evita sufrir en el corto plazo pero se condena a otro tipo de sufrimiento más tormentoso y duradero. Tan paradójica es esta aspiración ficcionada que la utopía representa, al mismo tiempo, el principio y el fin del amor platónico.
¿Cómo salir, entonces, de esa falsa condena? Observando y tomando conciencia de la realidad, obligándose a obrar en base a ella, arriesgándose a ser rechazados, confrontando las aspiraciones de vida con las metas verdaderamente alcanzadas y desarrollando nuevas habilidades para afrontar lo que tenemos delante. He aquí algunas pautas básicas:
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