En los últimos años nos hemos ido familiarizando con el TDAH en la etapa escolar, hasta el punto de que se ha llegado a poner en duda su existencia ante tal ‘boom’ diagnóstico. ¿Qué es exactamente el Trastorno por Déficit de Atención/Hiperactividad (TDAH)? Y, ahora que se acerca el nuevo curso, ¿en qué puedes fijarte para escoger el mejor colegio para un niño con TDAH?
Si el TDAH fuera una sentencia de muerte como muchos lo han querido pintar, entonces no habría forma de explicar el inmenso éxito profesional de personajes tan concoidos como Jim Carrey, Steve Jobs, Michael Jordan, Justin Timberlake, Jennifer Lawrence, Jamie Oliver, Will Smith, Ryan Gosling, Dani Martín o Pau Donés; todos ellos con diagnóstico explícito de TDAH en la infancia o confesadas sospechas personales de haberlo padecido pese a no haber acudido a evaluación. Tampoco es el TDAH una invención de la psiquiatría a la que no merece la pena atender. El TDAH existe y afecta aproximadamente a un 5% de los niños en nuestro país, siendo menos predominante en el mundo adulto (aproximadamente un 2,5% de adultos reciben este diagnóstico en cualquier cultura en la que nos fijemos).
Sin implicar alteraciones neurológicas ni emocionales severas como el autismo o la psicosis infantil (de la que recientemente hablábamos también en The Luxonomist), lo cierto es que el TDAH es una alteración del desarrollo de la atención y se manifiesta a varios niveles. Lo más visible del TDAH suele corresponderse con las conductas impulsivas, la hiperactividad y las dificultades del niño para desenvolverse en contextos estructurados como el escolar en los que es imprescindible guiarse por reglas.
El niño con TDAH no es inatento porque no quiera prestar atención sino porque tiene una dificultad real para auto controlarse y, por tanto, una dificultad real para guiar su conducta hacia sus propios objetivos. En el Déficit de Atención se aprecia un funcionamiento anormal del lóbulo frontal una región del córtex encargada precisamente de regular las llamadas funciones ejecutivas.
Estas funciones son las que nos permiten prever el futuro y anticiparlo, dirigir nuestras acciones en base a objetivos a largo plazo, planificar nuestra conducta, gestionar las emociones y los tiempos de espera, ajustar nuestras reacciones al contexto en el que nos encontramos, analizar la información de manera eficaz y poner en marcha estrategias adecuadas para resolver los problemas. Por eso se suele decir que las funciones ejecutivas son el ojo, la voz mente, el corazón y el terreno de juego de nuestra mente. Cuando las funciones ejecutivas fallan, como en el caso del TDAH, nuestra adaptación al entorno se ve evidentemente afectada.
Por ello, el TDAH es mucho más que un problema de atención o de hiperactividad: el TDAH es, ante todo, un trastorno ejecutivo del autocontrol y tiene una base neurológica que no podemos obviar. Por eso no puede estigmatizarse ni culparse de su conducta al niño con TDAH, muy al contrario, debemos guiarle y facilitarle las cosas para que pueda convivir con ello sin que le resulte un obstáculo. Russel A. Barkley, gran estudioso del TDAH, insiste una y otra vez en que “la persona con TDAH no es diferente”. Ni tiene un don ni está enferma. Y aporta interesantes ejemplos para ilustrar este punto: como condición de la persona, afirma, el TDAH afecta a quien lo padece de la misma manera que a quien es alto o bajo la altura le condiciona su vida de un modo u otro.
Con mayor o menor severidad y con mayor o menor predominancia de la sintomatología inatenta o de la sintomatología más de tipo hiperactivo, la mayor parte de niños con TDAH acaba experimentado las mismas dificultades en su vida cotidiana: bajo rendimiento escolar, dificultad para anticipar las consecuencias de sus acciones, aprendizajes más lentos, conductas impulsivas que no siempre son bien recibidas socialmente y dificultades para respetar las normas establecidas. En los casos más servos o de más larga duración sin intervención terapéutica aparecen las consecuencias más indeseables: conductas agresivas, baja autoestima e incluso ánimo depresivo, todo ello como resultado de su dificultad para integrarse en grupos en los que el respeto de las normas de convivencia suele ser fundamental para no ser rechazado.
Para prevenir todas estas consecuencias indeseables en el medio y largo plazo, para proteger al niño, el abordaje psicológico del TDAH con cada niño diagnosticado es imprescindible. Es cierto que el TDAH no se cura, pero sí se trata muy eficazmente, y la persona que lo padece puede acabar siendo muy diestra en la gestión de su sintomatología. Una vez evaluado y con un buen plan de tratamiento diseñado por un psicólogo especializado, se hace necesaria la colaboración de todos los agentes implicados en el desarrollo y la socialización del niño. En este proceso se cuenta con todos ellos, desde el colegio hasta la familia más lejana.
¿Qué características debe reunir el colegio más ‘ideal’ posible para el niño con TDAH?
En Madrid, colegios como la IDEO Escuela, el Saint George School, el International College Spain o el Colegio BrotMadrid reúnen, en principio, todas estas características imprescindibles para convertirse en la mejor opción posible para niños con TDAH, a falta de que encajen también con la preferencia educativa de los padres.
El niño con TDAH puede ser movido, excesivamente sincero o impertinente en ocasiones, inmaduro o desobediente. Pero es importantísimo recalcar que todo ello es fruto de su condición, no de su voluntad. El niño con TDA no es malo, no tiene intención de provocar ni hace las cosas adrede por norma general. Tendemos a tratar a estos niños como si se negaran al auto control, cuando en realidad lo que manifiesta es una dificultad explícita para el auto control que es producto del aprendizaje pero que, ante todo, tiene un sustrato neurológico que no podemos dar por sentado.
Si bien muchas de las manifestaciones del TDAH se aplacan después de la llegada a la edad adulta (especialmente la hiperactividad, no así la impulsividad o la inatención), ha quedado demostrado que sus manifestaciones son mucho más controlables y su impacto emocional y social sobre la vida de la persona es cualitativamente menor si existe una intervención precoz en la infancia.
NOTA: Desde la última modificación del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-5 ya no se habla de TDA o TDAH en función de si existe o no hiperactividad, sino que ambos se engloban bajo la etiqueta TDAH diferenciando subtipos en función de si se presenta predominantemente la hiperactividad, la inatención, o ambos de forma combinada.
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