Todos podemos acabar con el acoso escolar

Acoso es cualquier tipo de agresión que se prolonga en el tiempo y que viene motivada por la intención de dañar. Así de claro. No importa que hablemos de acoso verbal (insultos, motes despreciativos, propagación de falsos y humillantes rumores, mensajes, llamadas…), de acoso social (aislamiento y exclusión de las actividades cotidianas), acoso psicológico (basado en la amenaza y en el miedo que ella suscita) o acoso físico (agresiones directas a la persona o indirectas a sus pertenencias materiales).

Cuando el acoso está presente en el ámbito escolar, sus consecuencias son devastadoras y son muchos los agentes implicados que pueden hacer algo para que éste no se siga perpetuando. Toda situación de acoso implica a un agresor, un agredido, unos observadores pasivos que lo presencian en silencio y toda una serie de agentes  de supervisión y apoyo (maestros, personal del colegio, padres, familiares…) para quienes todo esto pasa teóricamente desapercibido.

Ningún niño está exento de padecer acoso, porque no le sucede al débil o al diferente; el acoso nace de un desequilibrio de poder que puede ser puntual y cualquier niño puede atravesar en un momento dado por un periodo vital de mayor vulnerabilidad o mayor indefensión. El acoso escolar, pese a lo que muchos quieran hacernos creer, sí es una realidad, sí es grave, y sí hay mucho más que está en nuestra mano hacer para acabar con él.

¿Qué hacer frente al acoso?

Cultiva siempre una buena comunicación con tus hijos. En un estudio recientemente publicado por la Fundación Educo descubríamos sorprendidos que el 54% de los padres no habla abiertamente de acoso con sus hijos. Ni para hablar de casos de otros niños ni para saber de qué manera sus propios hijos se relacionan con el resto del grupo. Si el niño que sufre acoso es tu hijo necesita una vía de comunicación sencilla y accesible para compensar toda la vergüenza que su situación le produce y poder pedir ayuda.

Si tu hijo está hostigando a otros, entonces necesita más ayuda que ningún otro pues no sabe relacionarse si no es a través de un ejercicio agresivo de un poder que no ostenta. Y, si tu hijo es uno de esos cientos de observadores pasivos que colaboran indirectamente en la propagación del acoso, también necesita de tu apoyo para salir de ese incómodo rol, aliviar su culpa o ser capaz de ayudar a quienes sufren. En cualquiera de los casos te necesita abierto y dispuesto a escucharle sin barreras.

Presta atención a las señales que tienes para detectarlo. Muchos de los síntomas pueden confundirse, en un primer momento, con las típicas manifestaciones del inicio de la adolescencia. No te quedes ahí, indaga mas allá en caso de sospecha. Si tu hijo sufre acoso y le cuesta reconocer esta realidad que para él es tan humillante, es probable que haya pasado a estar más callado, que ahora se aísle más, que haya cambiado algunas de sus aficiones por otras más solitarias, que tenga ansiedad los domingos por la noche anticipando la vuelta al cole y que, en general, haya cambiado algunas de sus costumbres más básicas sin que tú detectes ningún motivo de peso aparente.

Si tienes conocimiento de un caso, no lo calles. Nuevamente por vergüenza o también por la culpa de no haberlo podido remediar antes muchos padres callan este tipo de situaciones. El silencio es coadyuvante del acoso, es el medio ideal en el que propagarse. Las dinámicas de agresión, además, tienden a escalar en su nivel de violencia, por lo que cuanto mas tiempo permanezcas callado más en riesgo estará el menor.

Acude al colegio. Reúnete con los tutores y con la dirección del centro. El acoso es una lacra social en cuya resolución han de participar todos los agentes implicados. Sólo desde el colegio pueden llevarse a cabo con éxito proyectos de reestructuración de las dinámicas de relación social y de reeducación en valores y emociones como el respeto por el otro, la colaboración, la empatía o la solidaridad. Sólo el colegio que responde ágilmente ante el acoso consigue erradicarlo. El colegio que lo oculta, lo perpetúa.

Buscad ayuda psicológica. El niño que comete las agresiones es el primero que necesita ayuda, pues carece de algunos valores fundamentales, ha aprendido a relacionarse sólo a través de la violencia y carece de normas de convivencia básicas que lo adecúen al entorno social en el que ha de vivir. Por otro lado, el niño que lo ha padecido, necesita superar el trauma experimentado, vencer la indefensión, reforzar su autoestima, adquirir nuevas habilidades de comunicación, adquirir nuevas estrategias de afrontamiento, y superar todas las dificultades que esto le haya causado para poder relacionarse con sus iguales en el futuro sin miedo y sin ansiedad.

Si nada de esto funciona, no desistas. Acude a la Inspección Educativa de tu Comunidad Autónoma, cuenta todo lo que sepas, recaba pruebas que acrediten lo que ha estado ocurriendo y, en última instancia, denúncialo incluso por la vía penal como la auténtica agresión y el abuso de poder que realmente representa. Recuerda que el que aquí está más expuesto, ms indefenso y más vulnerables es el niño. Puede que él no tenga herramientas suficientes para hacerle frente a esta situación, pero tú, como adulto, las tienes todas a tu servicio.