Es difícil no estar de acuerdo con que una buena educación es la base de una sociedad próspera. Sin embargo, hablar de la fórmula para alcanzar ese sistema educativo ideal es ya un asunto mucho más controvertido. En España, sin ir más lejos, la falta de acuerdo en el diseño de un plan de educación óptimo y duradero es uno de nuestros principales lastres. El esfuerzo de maestros y buenos profesionales choca contra un muro infranqueable: la falta de acuerdo entre unos gobiernos y otros para implantar un sistema de educación con bases sólidas y sostenibles.
El resultado es obvio: nuestros estudiantes puntúan bajo, incluso muy bajo, en cada ránking internacional que se consulte. Y a nuestra querida España la encontramos en la cola de los países desarrollados, por debajo de casi todos los países europeos y sólo aspirando a rivalizar (sí, en este terreno también) con Italia, Portugal o Grecia. ¿Existe solución? ¿De verdad no podemos hacerlo mejor?
En el polo opuesto se encuentran países como Finlandia, China, Corea del Sur, Japón o Singapur, cuyos méritos educativos son reconocidos año tras año por organizaciones internacionales de la talla de la UNESCO. El caso de Shanghái, capital económica y una de las cuatro municipalidades de la República Popular China, es especialmente sorprendente. En los últimos años, el éxito educativo de Shanghái ha sido reconocido por el Banco Mundial y sus estudiantes han desbancado a Finlandia en los más prestigiosos exámenes académicos internacionales.
Con un sistema educativo propio y descentralizado, Shanghái participa independiente de China en los estudios más recientes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (la OCDE que en cada informe Pisa nos regaña). Unos análisis que sitúan a los estudiantes de esta urbe de 24 millones de habitantes entre los mejores del mundo en matemáticas, ciencias y lectura. Es decir, en todas las áreas académicas escolares.
Un dato interesante es que la población de Shanghái recibe una educación con resultados estadísticamente muy superiores a los del resto de su país, China. Con una población mucho más pobre que la del conjunto de los países europeos, sus niveles de excelencia igualan al de las más privilegiadas instituciones privadas de países como Reino Unido que reciben una educación de un elevadísimo nivel, pero también a un elevadísimo coste. En definitiva, los más pobres en Shanghái obtienen los mismos resultados en matemáticas que los más ricos en Inglaterra. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cuál es el secreto de Shanghái para liderar la educación mundial?
Estas son las caves del sistema educativo de Shanghái:
Ante una evidencia tan arrolladora, ¿nos merece la pena imitar el sistema educativo de Shanghái? Sin duda es un modelo del que podemos aprender mucho y no nos vendría mal importar una buena dosis de esta filosofía aplicada a la educación. Sin embargo, desde el punto de vista psicológico, me pregunto: ¿Cuál es el coste emocional de un sistema que obliga a ser tan competitivo desde tan pronto? El sometimiento a una evaluación constante con la eterna meta de un listón tan ambicioso que alcanzar ha de pasar, con toda seguridad, una factura emocional importante tanto para maestros como para alumnos.
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